Dragó, el hombre que amaba a las mujeres

En la fotografía: Fernando Sánchez Dragó y Caterina Barilli. Años 60. Ambos recorrían el Camino del Corazón. Se querían, sabedlo.

Por: Sergio Berrocal.

Fernando Sánchez Dragó, 83 años o por ahí, ordeña de nuevo la memoria para otro libro en el que contará cosas de su vida, de su carrera como autor, de enamorado sin remedio y de hombre que se pasea por la vida con una sonrisa y un verbo que dejan sin voz a las saeteras de la Semana Santa. Dragó no es cualquiera. Es un rebelde, con causa y con forma. Hay gente que le adora y otra, muchísima más diría yo, que le odia y que le crucificaría como a ese Jesús en el que él dice no creer. Para dentro de dos semanas nos anuncia 650 páginas para su segundo volumen de memorias, con el título sin par de “Galgo corredor. Los años guerreros 1953 a 1964”. Dice que le ha costado un riñón, un trabajo de forzado, pero es el enanito que más alegremente baja a la mina en busca de Dios sabe qué. Estoy seguro de que contará cosas inefables, interesantísimas y un montón de mentirijillas. Porque como buen escritor, de los que no callas ni pagándolo, este hombre que tiene la sonrisa como bandera sabe contar no verdades como nadie. He visto cómo conquistaba a un montón de mujeres en una sala estrecha sin más nota que su lengua y su voz dándole vueltas a los recuerdos, o a los que él dice que son sus recuerdos. Dragó, para los que lo odian, puedo decirles que conquista porque tiene una labia de Ulises frente a las sirenas que querían beneficiárselo. Sabe hablar y habla de todo y de nada, pero te conquista como esas serpientes peliculeras que te dejan traspuesto y te tragan. Es en el fondo un niño de la jungla. Desde que nos conocimos, hace un montón de años y por correo electrónico, leyó un artículo o un libro mío, probablemente porque se aburría, y me mandó unas líneas: “Somos hermanos de sangre”. Ya me gustaría.

Mientras él andaba corriendo por las calles de Madrid delante de las tropas malditas de Franco, aquellos policías grises que los que se les atribuía una infinita mala leche, yo erraba por París en busca de mi consagración. Porque mientras él iba a la escuela y le enseñaban el arte de no sé qué, yo andaba buscándome la vida con el talento que Dios me había dado pero que no figura en los anales de ninguna universidad. Hubiera dado un pedacito de mis años parisienses por ver a Dragó metido en una mazmorra de la Dirección General de la Seguridad Nacional, o algo así, porque había gente, y sobre todo él probablemente aunque lo niegue, que afirmaba con la mano en la Biblia que era un agitador comunista.

Y en realidad siempre fue un niño consentido, hijo de un periodista que se perdió en la muerte de la guerra, de una madre amante que debía estar loca con un hijo como él, estudiante con fondos que le permitían jugar al guerrillero para luego hacerlo constar en el cuento de su vida. Porque Dragó es un cuento viviente. Cuenta, cuenta y cuenta y nunca sabes si es la verdad o acaba de inventárselo. Pero en realidad le importa un bledo lo que dice la gente. Creo que lo único que le importa es mantener viva esa fama que tiene desde la cuna de ser un conquistador de mujeres, en general jovencitas, porque probablemente su vocación es enseñar.

Pero es también un erudito, un tipo que sabe de todo y de nada y que te cuenta lo que quiere y te convence de que tiene razón. A mí me sorprende a veces que no haya sido uno de esos políticos que se ven en el Parlamento contando mentiras. Porque cuando se pone a contar, ríanse ustedes de Santa Margarita de Paula que andaba por los cabarets del siglo XVII cantando las aventuras de las señoras cuyas faldas conocía mejor que ellas mismas. No, la verdad es que no me hubiese gustado ser Dragó porque yo soy un creyente de Jesús, educado por un coronel, mi papá, y nunca me llevé al rio a ninguna mocita. Tal vez ellas intentaron llevarme o me llevaron pero yo era incapaz. Estudié con las monjas.

Mientras yo escribo esta presentación, 8.15 de la mañana de un día del verano más atroz de nuestras vidas, el del coronavirus, él estará envuelto en una sábana oliendo el perfume de una mujer joven, ¿qué cómo se llama? Y yo que sé. Dragó es el auténtico homme à femmes (hombre de mujeres). Las ama por orden alfabético aunque a veces se salte alguna letra. Pero no deja de amar y de desamar. Sé que muchos españoles le odian por eso. Pero según me han dicho algunas de ellas, es todo un caballero, que cumple con los preceptos del amor físico y mental y que hubiese podido ser uno de esos curas santurrones que tenían por querida al ama de llaves. De todos modos, yo de ustedes leería esas memorias que promete para dentro de muy poquito tiempo. El 7 de julio estará en las librerías. En Martini o con vermut, Dragó siempre es un buen trago.

Un comentario en “Dragó, el hombre que amaba a las mujeres

  1. El señor Berroqueño tacha a Dragó de mentirosillo y se refiere machacón -¿le obsesiona, sr. Berroqueño?- a su fama de conquistador y a la envidia que suscita por ello en muchos españoles… Inconscientemente se retrata entre ellos.

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