A Fernando Sánchez Dragó
Por: Ángel Vicente
Las náyades inquieren con premura
a un corpulento centauro sonriente
por qué el amor es fuego tan ardiente
trocándose de pronto en amargura.
Trotando sin agobio y con mesura,
frotándose severo su ancha frente,
el sabio medio equino complaciente
responde acompasado con ternura:
Desechad el amor de los mortales,
siempre frágiles, tristes, veleidosos.
Buscad solo entre dioses la belleza
de amores perdurables, inmortales.
Los vínculos humanos son gozosos,
pero conducen siempre a la tristeza.
El verso segundo del soneto está forzado, su orden natural es dodecasílabo, si es que los de gaita gallega es lo que tienen… Pero si lo dice Vicente a callarse tol mundo
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